22 de mayo de 2013

Esperando al Alba

La primera vez que caminé de noche en alta montaña  fue un Octubre de hace ya unos años, mientras volvíamos de hacer el Veleta y el Mulhacén. Volvíamos muy tarde y recuerdo perfectamente cómo al mirar arriba quedé impresionado; era la primera vez que veía un cielo así, un cielo a casi 3000 metros iluminado por las estrellas y la Vía Láctea  después de contemplar un atardecer entre dos contienentes. 
Despertando... e intentando entrar en calor

De alguna manera recordé noches vividas de pequeño en mi pueblo, en la Sierra Negra de Guadalajara; de cómo cuando era niño miraba al cielo con un telescopio que me habían regalado -y que nunca supe usar muy bien- y que me servía para ver algo más de cerca aquellos puntos lejanos plantados en el cielo.

A esa noche le han seguido más y, con ellas, vinieron sus preludios, los atardeceres, y sus finales, los amaneceres. Todos ellos representando momentos mágicos que poco a poco he ido descubriendo. La soledad en esos momentos, las últimas luces de día, el silencio y la quietud de la noche o el sonido de la marcha y de la propia respiración al alba, pueden llegar a crear momentos casi mágicos y difíciles de olvidar.

Si dejo volar los recuerdos, estos me llevan a diferentes lugares: a Biados, a la terraza del Elola -o a la puertecilla de su "nevera"-, a La Besurta, a la Cabaña Tracuit, a El Boalo, a Navacerrada, al camino de La Laguna Grande o al glaciar del Weissmeis; me llevan a todos esos lugares donde he disfrutado de ese cielo estrellado y de atardeceres y amaneceres que se han quedado grabados para siempre y que uno no se cansaría de repetir una y otra vez.

Amanece en el glaciar del Bishorn
Supongo que es una manera de volver a ser niño por un rato, de poder sorprenderse y de despertar la curiosidad con algo que sucede todos los días y que ignoramos hundidos entre edificios que no nos dejan mirar hacia arriba.

Pero, estemos donde estemos, hay que mirar arriba, hay que buscar lo que nos sorprenda; porque, sin esa curiosidad, sin esa capacidad de sorprenderse y de buscar lo especial en lo cotidiano, estamos muertos. 

Supongo que, quizás,  simplemente hay que buscar el momento, la compañía y el lugar adecuado para encontrar ese sentimiento.  Cada cual tendrá el suyo.

Aquí, y por una vez en la vida, los porqués y la lógica no son importantes; simplemente abre los ojos, mira hacia arriba y disfruta. Es un regalo que tenemos todos los días.

 "Por la mañana todo ha pasado y me encuentro bien; el largo que ayer dejé a medias es una belleza. ¿Qué ha cambiado ? Es uno de tantos enigmas sin respuesta, como porqué escalas o qué haces aquí"
´
"Bájame una estrella" Miriam García Pascual

17 de mayo de 2013

Aprendiendo a enmarronarnos.



Cuando uno cuenta una historia puede elegir entre contarla tal como fue -o la recuerda-, intentando ser lo más objetivo posible, o hacerla verosímil, es decir, narrarla de una manera que la haga creíble, pero con unos añadidos que le den un toque que haga pensar al neófito o al no entendido en un gran peligro o en una actitud heroica propia únicamente de los valientes. 

Intentaré que lo que escriba sea del primer tipo.

Este caso que toca narrar es la historia de dos pardillos con poca experiencia -aunque eso ya se ve- intentando escalar una vía sencilla de varios largos en un lugar apartado y tranquilo una tarde de principios de Primavera hace ya algún tiempo. Para algunos la historia será algo insignificante pero, para nosotros, y como cordada aquel día, ha significado mucho; siempre hay una primera vez, y en lo que a pared se refiere, esta fue la nuestra:
 
Después de valorar las múltiples posibilidades típicas y tópicas que todo el mundo conoce y de las que se puede encontrar cientos de reportajes por internet - las clásicas de quien empieza, vamos-, mi compañero y yo nos decidimos por la vía Arco Iris, semiequipada y situada en el Risco de la Encina, en el Boalo. A mi compañero y a mí nos pareció una buena elección dada nuestra experiencia y las ganas de pasar una tarde tranquila en un sitio algo apartado.
Buenas vistas desde este balcón de El Boalo
 
La vía consta de 3 largos con unos 110 m de longitud aproximadamente y un grado de V- según aparece reseñada en la guía de Tino Núñez "Escaladas en la Comunidad de Madrid y Alrededores". Para el descenso, que se hace rapelando, existen dos posibilidades, indicadas también en dicha guía. 

Y para allá que fuimos.

La cosa empezó con un olvido por mi parte: el casco. Pues bueno, como no hay solución, decidimos que el que escale de primero lo lleve y lo iremos intercambiando.

La aproximación a la vía no es demasiado evidente, pues, aunque el camino está marcado con hitos, no está excesivamente pisado y hay demasiados pasos con zarzas y jaras que te dejan los brazos llenos de arañazos. Además, tiene un cuestón que salva la mayor parte de los 400 m de desnivel que hay hasta el risco y una zona de trepadas que no son excesivamente fáciles de seguir, por lo menos por el lado derecho (según subes) del sector de deportiva (Sector Películas), que fue por donde subimos... y bajamos. 


Empezando... la aventurilla.
Aún así, llegamos en más o menos en 1 hora al pie de vía. Así que, después de prepararnos, organizar el material y una pequeña mochila donde guardar las pocas cosas que nos subimos, no metemos en vereda.

El primer largo, de unos 50 m, salió rápido, así que pronto estábamos los dos en la primera reunión. El compañero tiró para arriba en el segundo largo, corto y fácil; un par de cacharros en la fisura y reunión.  Aquí empieza la historia.

Entre las coñas de lo bien de tiempo que vamos, que sólo nos queda un largo y tomándonos un descanso en la reu, comentamos algunos temas de seguridad y cosas como que nunca se nos ha enganchado una cuerda rapelando, que sería muy chungo que desde aquí se nos cayera la cesta... 

No tentéis a la suerte.

Sólo queda el tercer largo; éste sube el espolón pero no presenta demasiadas dificultades, así que en poco menos de una hora llegamos a la última reunión.

"Pues qué mal que no suba a la cima, ¿No? ¿Habrá reunión arriba?"

"Pues ni idea, la guía no dice nada, vamos para abajo mejor, no sea que se nos haga tarde"

Elegimos rapelar por la vía, no tenemos claro dónde está la reunión hacia donde tendríamos que ir por la otra opción. En ambos casos son dos rápeles, así que tardaremos más o menos lo mismo: marchard, cesta... y para abajo.


De charleta en la segunda reunión.
El compi bajo primero y después fui yo. Una vez asegurados en la primera reunión,  pasamos la cuerda por la argollas y nos pusimos a recogerla y doblarla. ¡Bien!, ha llegado el nudo y la cuerda roja ya está lista para lanzar. Así que me pongo a recoger la azul; una lazada, otra, otra... joder cómo tira la hijadeputa, joder, que no puedo recoger.
 
Tiramos, la movemos, la hacemos ondularse como una serpiente y nada; se nos ha enganchado la cuerda y estamos a 50 m de suelo. Bien, ahora nos acordamos de nuestra conversación de hace 20 minutos.

 

Después de discutir qué hacer, no queda otra que con la otra cuerda intentar llegar donde se ha enganchado e intentar desengancharla para luego, desde la reu intermedia, descolgarse como si fuera deportiva. 

Así que toca ir para arriba con el material a darse el largo y los 10 m que separan la segunda reunión de la fisura donde está enganchada la cuerda. El compañero escala, llega a la reu, la chapa, observa que el terreno es fácil y sube hasta la cuerda, la desengancha y me la tira; aunque se queda enganchada en un árbol no hay problema ya, ¡La hemos recuperado! Abandona un maillón y junto con otro que ya había en la reunión le descuelgo hasta la primera reunión.

Pero, ¡mierda!, con la alegría, las prisas y la tensión, nos hemos olvidado de recoger el largo. Así que toca ir otra vez para arriba en top rope, recoger las cintas y volver a bajar. Tardamos poco, pero la luz empieza a escasear.

Una vez recuperado todo, ya contentos y con la adrenalina algo más baja, montamos el rápel que nos dejaría en el suelo. Hemos perdido más de una hora entre subir, desatascar, bajar y montar, se nos está haciendo de noche y se empieza a ver mal. Guardo mi cesta cuando, gracias a mis manos de mantequilla, se me cae y la veo rodar hasta el pie de vía.

Joder, joder, joder. En buena hora hablamos de marrones.

Así que, reunidos en comité de emergencia colgante, barajamos las opciones que creemos más seguras: o bien mi compi repelará con la cesta y yo con nudo dinámico o bien, una vez éste haya rapelado, atará la cesta a la cuerda, la recuperaré y rapelaré con ella.

Decidimos la segunda. Una vez ha rapelado, el compi ata la cesta a la cuerda; yo ato la cuerda a un mosquetón y empiezo a recuperar, no sea que se me caiga la cuerda con los nervios y la liemos de verdad.

Otro tipo de marroncillos primaverales... tormentas.
Todo sale bien, recupero la cesta, rapelo y llego a pie de vía a las 21:30,  noche cerrada ya. Hemos tardado una hora en subir y casi dos en bajar cuando lo planeado era 1 hora en subir y unos 45 minutos en bajar.

Se nos ha hecho de noche, así que recogemos a toda leche, saco el frontal, enchufo el GPS y tiramos siguiendo el track que he grabado y los hitos que vamos encontrando. Por si no se nos habían complicado las cosas, se acaba la batería del frontal, y las de repuesto... las saqué porque ¡Joder, si le había cambiado las pilas la semana anterior y no lo había ni usado!

Para joder más, el GPS da un error de 15 m en el peor sitio, donde los hitos se pierden. En ese momento me acordé de mis sermones sobre la tecnología y sus fallos.

Dimos vueltas como gilipollas, trepando y destrepando y enganchándonos con toda zarza posible a la luz de los móviles. Subimos, bajamos, hicimos un camino, subimos de nuevo al risco, nos metimos por un vivac... y no había manera. Las diez, noche cerrada, no hay manera de encontrar el camino y con el miedo a terminar en lo alto de las placas del sector de deportiva que está bajo el risco, con el peligro que eso puede conllevar.
 
Conservamos la calma -ya estamos en el suelo, no hay de qué preocuparse, y no hacía frío-, andamos entre las zarzas y, orientándonos en la dirección que habíamos venido (Este), terminamos encontrando el camino de vuelta.
 
 Una hora después, y como colofón para la escalda, y previo comentario sobre un ataque de caballos locos, nos llevamos un susto con un caballo y, poco después, con los brazos y piernas como si nos hubiera atacado un velociraptor, llegamos al coche.

Una vez allí, nos cambiamos y descansamos. Eran las 23:30, habíamos tardado más de 2 horas en bajar por donde habíamos subido en 1 hora. Con luz y tranquilos, claro.

Después de llamar a casa, cogimos el coche y volvimos para casa.

Como decía, no es una gran aventura y no quiero darle un tono que lo haga parecer más importante de lo que realmente fue: un simple problema; sin embargo, fue nuestra y nos enseñó mucho. 



 "… el alpinismo es uno de los deportes más bellos que puedan existir, pero practicarlo sin preparación técnica viene a ser una modalidad más o menos consciente de suicidio …”.

Gaston RÉBUFFAT.