21 de agosto de 2012

¡Arriba!

¿Subo o no subo? Se está tan bien aquí abajo...
Siete de la mañana. Suena el despertador, abro los ojos y apago ese pitido que me ha sacado del poco sueño que he podido conciliar; me pasé un buen rato sentado en el jardín del hotel  pensando en cómo centrar la tesina y volví tarde a la habitación. La tele y una serie tampoco ayudaron a cerrar los ojos. 

Tenía pensado salir a correr siguiendo el GR-211, que sube Valle de Arán arriba desde Vielha, pero ahora no lo tengo tan claro. No sé, se está muy bien aquí, medio arropado y con los ojos cerrados. Creo que hoy no salgo.

Vuelve a sonar el despertador. ¿Ya han pasado 10 minutos? Venga, no jodas.

Pero esos diez minutos no han pasado tan rápido, y es que la cabeza no ha parado de dar vueltas a muchas cosas, quizás, incluso, a algunas que no debería. Pero, junto con esas, y a modo de contrapoder, también te recuerda otras muchas que te llevan a otros lugares, a otros tiempos, a otras estaciones del año; te lleva a sensaciones pasadas y a la añoranza futura de esas mismas sensaciones.

Y ya no hay vuelta atrás. Tiro las mantas, me levanto y cojo la ropa que dejé ayer al lado de la cama; me visto, me pongo las zapatillas y abro la puerta.  Una hora después, 3 pueblos, unas cuantas cuestas y mucho sudor de por medio, vuelvo a la puerta del hotel. 

¡Hoy sí que me he ganado el desayuno!

Y es que, siempre, inevitablemente, el primer paso se da mucho antes de comenzar a caminar; la primera zancada siempre se da mucho antes de la línea de salida. 

Porque, si se quieren conseguir cosas, no hay otra manera que dejar de estar parado y echar a andar. Y se puede empezar incluso tumbado en la cama y con los ojos cerrados. Quizás no hay mejor forma de invocar a los sueños.