21 de mayo de 2012

Mirar atrás (y seguir hacia adelante)

La M-607 se pasa bastante rápido cuando ya la has recorrido unas cuantas veces; primero el cartel que anuncia la Cuerda Larga cerca de Colmenar, que siempre me recuerda dónde voy cuando circulo por allí; luego, la majestuosa Pedriza y la alpina silueta de La Maliciosa, que nos empiezan a mostrar que estamos en otro terreno lejano a la ciudad.
La sombra se agradece; la compañía, mucho más.

Durante el camino, la música o la radio ayudan a espantar el sueño. Junto con éso, la conversación despeja la mente de las obligaciones de todos los días, ayuda a tener ese contacto con el otro sin tener ninguna prisa, calmando esa necesidad de hablar que uno siente de vez en cuando. 

Otras veces, el silencio durante el viaje -tan despreciado por algunos, pero tan necesario como lo conversación- te hace estar atento a lo que pasa alrededor, a observar algunos detalles que, de otro modo, pasarían inadvertidos. Y es que ese silencio te ayuda a tener la mente en blanco, a centrarte en ese momento.

Y pasa la carretera, el cielo azul augura un buen día de monte.

                       - ¿Paramos en Navacerrada a  comprar la comida?

                     - Sí, que me apetece pan de pueblo. A ver si encontramos una buena 
                       panadería

                    - Pues a ver si la encuentro, que por más que paso por aquí nunca me
                      aprendo el pueblo...

Cada curva del camino trae un recuerdo; algunos cercanos, otros, más lejanos, pero casi todos con un denominador común, hacer algo con alguien a quien aprecias por una u otra razón.

                 - ¿Te acuerdas cuándo compramos aquí? ¿Qué fue, el día que 
                   fuimos a Cabezas?

                - No, creo que fue el día que subimos a La Maliciosa desde La Barranca

                - Pues es verdad, ¡menuda aventura para encontrar el camino de subida! 
                  Y cuánto tiempo hace ya de éso...

Entrando el salón de "casa"
Las primeras cuestas arriba siempre son duras, pero son las que con más ilusión y ganas  se toman. Poco a poco los músculos se calientan,  y mientras el bosque te protege del Sol, la charla y las anécdotas hacen que el camino se haga más corto, que todo pase rápido y las cosas vayan apareciendo como una sorpresa ante nosotros.

Porque podemos haberlas visto muchas veces y podemos haberlas visitado otras tantas, pero siempre serán nuevas cuando nos ojos quieran verlo así.

Y es que, para mí, girar a la izquierda y descubrir una y otra vez la zona de La Laguna Grande en Peñalara será simpre como abrir la puerta del salón de mi casa,  de ese lugar donde esparcía los juguetes por el suelo y montaba mis ciudades, soñaba que construía cosas, hacía carreras de coches, ataques a barcos piratas y hacía volar aviones con cualquier rumbo. Un patio de juegos donde sentirse bien, donde sentir que estás en casa y donde volverías una y otra vez sin prácticamente cansarte, ese sitio mágico donde aprender a imaginar lo imposible.

                 - Oye, ¿subimos al Pico? Que siempre vengo aquí contigo y nunca hemos 
                    llegado arriba juntos, ¿Qué pensáis?

                - Sí, vamos arriba, pasamos por el Zabala y luego tiramos para el collado

Seguimos hacia arriba mientras la charla continúa porque, por duras que sean -o parezcan- las cuestas, cuando hay cosas que contar, siempre nos dan tregua para hablar de las ilusiones del presente, de los buenos recuerdos del pasado y de las decisiones que harán que construyamos un futuro.

Supongo que ésto le sucederá a todo el mundo y, aunque no sé si las decisiones que tenemos que tomar ahora parecen más trascendentales que las que tuvimos que tomar hace 10 años, lo que sí sé es que son diferentes y obligan a coger diferentes caminos, diferentes destinos y diferentes metas. No todo es compatible en esta vida, como siempre, hay que elegir.

                   - A ver si atajamos por aquí.

                  - Seguro que acabamos en la nieve...

                  ....

                  - Ves, hemos terminado en la nieve.

Pasa el camino, y, por fin, llega la cima.

Una vez allí, me pregunto ¿Qué representa esa cima? ¿Realmente es tan importante. o lo importante ha sido todo lo anterior -y lo que queda-? ¿Es sólo fruto de trabajo y esfuerzo? ¿Cómo influye la suerte -si realmente existe- en el hecho de estar ahí? ¿Eso era lo que quería conseguir? ¿Qué he aprendido? ¿Qué he dejado atrás?

No sé la respuesta a todas esas preguntas -opino que, a corto plazo, nunca es posible saberla-, pero no creo que ninguna cima me enseñe más que cualquier otro punto del camino y, mucho menos, del camino en su conjunto. Además, todavía queda volver abajo, todavía quedan cosas que aprender.

La cima es sólo un punto de camino, pero nunca del que más aprendes
El viento me da en la cara, me pongo el gore y empiezo a comer. Mirando a la llanura castellana pienso que no sé si realmente ha pasado tanto tiempo o si realmente he aprovechado como debía ese tiempo que no va a volver; pero lo que sí que sé es que me han sucedido son muchas cosas, he recorrido muchos "caminos", he subido algunas "montañas", he conocido muchas personas, creo que he aprendido algunas cosas -aunque nunca suficientes- y he recopilado bastantes historias que contar.

No me puedo quejar demasiado porque, aunque haya tenido sustos, cometido errores, me haya metido en algún marrón de dominguero o haya planeado cosas demasiado ambiciosas, casi todo ha valido la pena.

Y de lo que no ha valido la pena, también he aprendido. Porque, como dijo una vez un poeta:

 "Hoy es siempre todavía"  

(Proverbios y Cantares, Antonio Machado)

 Habrá que hacerle caso, ¿no?

P.D.:  puede que me cueste caro, pero me niego a crecer.

6 de mayo de 2012

Volver (Una y otra vez)

Solemos quejarnos porque las cosas siempre parecen pasar muy deprisa, tan deprisa que, generalmente, no nos damos cuenta de cómo se desarrollan  y sólo somos conscientes cuando ya han terminado; sin embargo, siempre hay momentos en los que el tiempo se para, en los que los sentidos se agudizan y las sensaciones se multiplican, en los que pasado y futuro desaparecen y sólo queda el presente.
Disfrutando de la nieve recién caída y del frío

Son esos momentos en los que nos centramos en nosotros mismos y olvidamos lo demás; son esos momentos en los que  cosas tan mundanas como coordinar la respiración y nuestros pasos hacen que el corazón lata al ritmo de nuestra marcha, ni más deprisa ni más despacio que lo que marquen nuestros deseos. 

Son esos momentos en los que la mente se para, olvida el día a día y se centra en lo que se está haciendo: en ese momento es cuando el presente es real, cuando ese presente se vive de verdad. Son esos momentos en los que uno parece controlarse a si mismo y ser dueño y consciente de sus propios pasos, de su propia dirección. 

Y, porque a veces es complicado conseguir por los propios medios ese triunfo sobre uno mismo, una mano amiga siempre se agradece. Ayudar a que un compañero sufra esa transformación, animándole y ayudándole a superar ese escalón, también es reconfortante, es dar lo que a uno le gustaría recibir; animos o consuelo, pero nada de quejas o excusas que no llevan a ninguna parte.
Escalando en Cavallers: ¿V-? ¡Anda ya! jajaja

Esos ánimos, ese compañerismo tan alejado de la competición, ese espíritu de cordada como lo llaman algunos, ese espíritu que Rébuffat explica perfectamente, esa transmisión de ánimos e impulsos que te da la cuerda y el compañero al otro extremo de ella es, quizás, y junto a la superación de uno mismo y a la búsqueda de un propio autoconocimiento -la busqueda de una propia realidad, ni más ni menos-, lo que nos incita a volver a muchos.

Porque, según lo veo yo, esa propia realidad es aquéllo que se debe comprender para solucionar los problemas. El trabajo, esforzarse, marcase metas, simplemente son otras variables inevitables en la ecuación.

Y es que para conseguir ciertos momentos - y  para compartirlos-  vale la pena esforzarse.