17 de diciembre de 2012

La Maladeta (Parte II)

El despertador suena y hoy no hay opción de pedir cinco minutos más o de apagarlo y seguir durmiendo. Sabemos que, aunque las 6 de la mañana nunca es una buena hora para nada,  no movernos sería desperdiciar la oportunidad de hacer lo que queremos y dejar pasar ese pequeño sueño que hemos venido a buscar.

Ya lo hacemos demasiadas veces, pero hoy no va a ser como otros días.

Cuando uno consigue vestirse, ordenar las cosas decentemente, abrir mínimamente los ojos y deja dobladas las mantas, toca salir fuera del refugio a echar un ojo a la meteo antes de desayunar; además de para avisar al cuerpo de qué es lo que le espera, se convierte en otra costumbre que me gusta retomar. 

Condiciones Otoñales, ni con crampones ni sin ellos
Parece que ha estado nevando un poco y todavía está algo nublado, aún así no hay mucho viento, la temperatura es agradable y la Luna se transparenta entre las nubes. 

¡Va a ser un buen día!

Desayunar se convierte en una obligación; el café caliente entra bien, pero al cuerpo le cuesta asimilar las magdalenas duras y las tostadas con mermelada y mantequilla. "Ahora me acuerdo de Poqueira, aquéllo sí que era un lujo", pienso mientras pongo la mermelada antes que la mantequilla en mi tostada.  Las buenas costumbres no hay que perderlas, y no despertarme hasta bien entrada la mañana es una de ellas.

Sea como fuere, es el único momento en el que vamos a estar más o menos cómodamente sentados comiendo hasta dentro de muchas horas, así que uno lo asume y se come todo lo que puede. 

Por regla general, los preparativos para empezar son simples; la mochila está preparada desde anoche y sólo queda comprobar que se lleva lo imprescindible: crampones, piolet, plumas, termo, algo de comida, frontal, móvil, mapa, altímetro, brújula, G.P.S., botiquín, gorro, una braga, guantes y calcetines de recambio podría ser una lista rápida de comprobación para lo que nos vamos a encontrar. Hoy llevaremos algo más, por si acaso, así que el casco, la cuerda, el arnés y algunas cosillas terminan haciendo un poco más pesada la mochila.

Pero el sueño me acompaña: "¡Mierda, el bastón!"


¡Salimos al Sol y nuestro objetivo a tiro de piedra!
Qué se le va a hacer, pasaremos sin él.

Las condiciones avanzado el Otoño no suelen ser muy buenas: una pequeña capa de nieve y, a veces, hielo, cubre las pedreras, así que surge la eterna duda: ¿saco los crampones y los destrozo o los dejo en la mochila? El punto medio suele ser una buena referencia; cuando la nieve comienza a ser más contínua, hay algo de pendiente y los tramos algo helados comienzan a abundar es un buen momento. De todos modos, mejor destrozar los crampones que dar con los huesos en el suelo, ¿no?.


La subida al Portillón se hace larga con estas condiciones, pero en poco más de 3 horas llegamos allí. El Sol nos empieza a dar en la cara por primera vez en la mañana, pero el viento intenso hace que la pequeña parada que hacemos para beber y comer algo de chocolate  se convierta en una pequeña lucha contra los elementos. 


Fotaza: ¡Ambiente alpino a tope!
Pero no importa, estamos contentos; ahí está esperándonos el Glaciar de la Maladeta y el corredor que sube a la cumbre. En un rato estaremos allá arriba.

Unos montañeros que conocimos en el refugio y que nos dijeron que iban a La Maladeta parten; poco después salimos nosotros siguiendo su huella mientras las nubes han vuelto a las andadas y no nos dejan ver las montañas. 

Error, en algún punto decidieron ir hacia La Maladeta Oriental con otro grupo. Así que toca deshacer el camino y abrir huella cruzando el glaciar. Nieve venteada, dura, costra... un poco de todo para ir abriendo boca y pasar de los 3000 metros.

Bueno, no hay mal que por bien no venga, el ambiente alpino nos rodea, el viento, el frío y la nieve le dan un toque especial. No sé Alberto, pero yo voy con una sonrisa de oreja a oreja, esto es lo que me gusta: montaña en estado puro 

Si fuera poco, la luz es genial para las fotos ¡La cámara echa humo! ¡Y estamos solos! ¿Qué más podemos pedir?


 ¡Vamos, que ya estamos ahí!
Bueno, quizás un poco mas de luz diurna nos habría venido bien, pero ese no era el momento de pensarlo; la meteo mejora, así que queda sortear algunas de las grietas del glaciar, llegar al corredor de cumbre y valorar las condiciones en las que está. De lejos no se ve huella y quizás la rimaya no esté cubierta. Ya veremos si la hora perdida no nos pasa factura.

¡Vamos chaval, el último empujón, que ya estamos ahí!

Puede que sea el primer pico serio de Alberto, pero es está portando como un titán. No sé si llegaremos arriba, pero sólo por la experiencia -y las fotos- creo que le valdrá la pena.

Seguimos subiendo, y aunque sabemos que esto no es Alpes y que las grietas no son muy grandes, éstas asoman amenazantes por algunos lugares. Andar sobre el glaciar nos obliga a tomar algunas precauciones, hay que ir rápidos e intentar pasar en el menor tiempo posible.

La nieve profunda no ayuda a la rapidez y tampoco nos da seguridad. Aún así, seguimos el camino que nos parece más "lógico", siempre perpendicular a las grietas y esquivándolas pasando lo más cercano a la roca que podemos.
¡Ambiente alpino! Por la foto vale la pena el día

Al llegar al corredor, las nubes desaparecen, aunque el viento no se calma haciendo el ambiente muy frío. Como parecía desde abajo, no hay huella.  El paso de la rimaya está formado, pero tiene pinta de ser delicado, la griesta no está tapada del todo y aún asoma en la mayoría de la pared.

No es cómodo estar aquí parado, a la sombra y con unas rachas de viento que lo hace todo un poco más frío y complicado, pero hay que tomar una decisión.

- ¿Qué hora es?

- Tarde, contando que el corredor no tiene buena pinta, que tenemos que abrir huella y bajar con cuidado y que tardemos unas 2 horas y pico al refugio, llegaremos sobre las 17:30 al coche  como pronto.

- Llegamos con luz, pero justos. 

- Y vamos a tardar un rato en subir y bajar.  

Nos bajamos. Y mira que jode tomar esa decisión, pero es lo que hay. Tendremos que madrugar más y ser más rápidos la próxima vez.

Para abajo, que se ha hecho tarde
Todo se ha vuelto a cubrir, así que saco el mapa, tomo el rumbo hacia el Portillón Superior y seguimos nuestra huella. Bajar es mucho más rápido que subir, pero no se ve demasiado, mejor tener cuidado.

La bajada se hace larga y pesada -como casi todas-, pero en menos de lo que esperamos llegamos al refugio y nos paramos a descansar. Un buen rato después tomamos el camino hacia el coche, ya es casi imposible perderse.

 Así que, se mire por donde se mire, acertamos; llegamos antes de que anocheciera al aparcamiento y con tiempo para tomarnos una en Benasque.

Y es que esto no sólo va de subir hasta arriba, sino de otras cosas mucho más importantes. La guinda del pastel será la cima, pero el pastel siempre llena más que una simple guinda. 

La Maladeta nadie la va a mover de ahí y nosotros ya tenemos los planes hechos para volver. Así que habrá parte III, como en toda buena trilogía.

 ¡Nos vemos en un rato Maladeta! 

7 de diciembre de 2012

Ida y vuelta

Hay momentos en que todo pende de un hilo y lo que se ha planeado puede cambiar de un segundo para otro. Una llamada puede despejar incertidumbres que uno, por un rato, había puesto en cuarentena.

Porque, cuando lo incertidumbre se convierte en certidumbre, toca volver a la realidad; toca desandar lo recorrido y recorrer con diferente dirección los mismos pasos que uno había dado. 
Camino por recorrer ¿Ida o vuelta? Da igual.
Deshacer el camino con la mente en otro sitio siempre es un poco más complicado que hacerlo más tranquilo. Pero, por un rato, las cosas están más claras que nunca y uno se siente feliz de cualquier modo; un pie detrás del otro, el frío en la cara y un camino de vuelta a lo conocido.

¿Algo más que pedir?

Quizás, realmente, no volvamos a ningún sitio y simplemente recorramos el camino de ida a algún otro lugar; pero eso no se puede saber.  Ir o venir siempre son un poco relativos, el verbo ser o el estar siempre son algo más certeros.

Y es que el presente no viene ni va, simplemente es; al igual que el pasado no se cambia y el futuro lo iremos descubriendo a cada segundo. 

Así que concéntrate, no lo dejes pasar, cada segundo es un regalo.

9 de noviembre de 2012

La Maladeta (Parte I)

Me gusta viajar en tren. Me encanta que me lleven de un sitio a otro mientras miro relajado cómo pasa el paisaje ante mis ojos y cómo va cambiando según se avanza. 

Me gusta levantarme, dar un paseo, y mirar con curiosidad cómo transcurre la vida a mi alrededor. Hoy el vagón no va excesivamente lleno y las azafatas parecen bastante relajadas; cerca de mi asiento, dos hermanos juegan a un juego inventado porque la película les aburre; no mucho más lejos, una mujer que, como yo, viaja sola, no para de hablar por teléfono y parece demasiado preocupada por cosas que seguro que pueden solucionarse más fácilmente de lo que cree. Un rato después, en el vagón restaurante, observo cómo una pareja discute por algo que no llego a entender demasiado bien. "Tomadlo con calma, ¡anda que no os queda puente por delante!" pienso mientras les contemplo.

"Tomadlo con calma" Puede que para algunas cosas me deba aplicar también yo ese consejo.

Entrar en el Pirineo siempre es laborioso, aunque sea en coche. Nunca tengo demasiado claro por dónde se tarda  más o menos, pero sí empiezo a reconocer ciertos lugares como a viejos conocidos, como esos lugares a los que uno vuelve y van avisando de para qué estás allí; por fin se acabaron las prisas y la vida de ciudad, por unos días volvermos a ser un poco salvajes y a tener que valernos por nosotros mismos.

Uno de esos lugares que ya resultan "viejamente" conocidos es Llanos del Hospital, la puerta del macizo del Aneto y de las Maladetas sea cual sea la estación del año. En él empiezo a conocer las montañas que le rodean, los caminos que conducen a La Renclusa y los pequeños ibones que encuentras. 

Ya he pasado por allí unas cuantas veces, y quizás ellos no se acuerden de mi porque soy uno de tantos, pero yo sí los reconozco, son únicos.

Como puerta del macizo que es allí se comienza a caminar, así que Alberto, mi compañero de faenas, y yo, nos ponemos en marcha. Hace fresco y entrar en calor no es fácil, además, tenemos algo de incertidumbre con la meteo y estamos preocupados porque no termina de mejorar, pero las las ganas de pasar un par de buenos días de monte ganan, así que ni nos planteamos volver atrás.
Mi compañero con el Plan d´Estan a sus espaldas 

Así, poco a poco, charlando entre nosotros, saludando a otros montañeros que vamos encontrando y esquivando algún inesperado destrozo en la carretera, llegamos al refugio. 

Desde que pise por primera vez un refugio, siempre he pensado que son sitios curiosos. Y es que un sitio donde se tienen contadas las rebanadas de pan porque "se suben a pulso"  y la calefacción es un lujo que no se tiene todos los días, tiene que serlo. Además, supongo que un refugio es algo que las personas reconocemos como un lugar seguro, un lugar que representa un pequeño abrigo para nosotros en medio de un lugar que puede llegar a ser extremadamente hostil, pero, en el fondo -y en la forma- es algo claramente creado por el ser humano para su comodidad. Los refugios no crecen ni se forman, se construyen.

Comodidad. Alguno seguro que se ríe cuando ha visto esa palabra, pero si ha estado unas cuantas veces en uno, aunque en las primeras visitas pienses que jamás podrás dormir más de un par de horas, uno se termina por acostumbrar; el cuerpo acepta las condiciones y termina por coger lo que necesita: alimento y descanso. 

Y eso es comodidad; la casa y la mesa están puestas y no hay que traerlas a la espalda, con lo que todo ello conlleva.
La Renclusa por la mañana pronto

Siempre que visito uno, y como pequeña costumbre, antes de cenar siempre bajo al comedor y doy una vuelta. Me gusta ver el ambiente que se suele respirar en los refugios -antes de irse a dormir, al menos- porque siempre hay una conversación común para todos y siempre te sorprendes con quien te encuentras allí; puedes estar sentado al lado de alguien con mucho bagaje a sus espaldas o de alguien que afronta su primer reto alpino y compartir mesa, mantel y conversación con ellos. De todos se aprende.

La cena es copiosa, como siempre, y el vino alegra la conversación. Mientras tomamos el postre empieza a nevar fuera, mala señal para mañana. Veremos si las predicciones aciertan al final y tenemos un día decente para volver a ver la alta montaña en estado puro: frío, hielo, roca y nieve. 

Se nota que es la primera de la temporada de frío y, aunque fácil, no las tengo todas conmigo, es Otoño y a saber cómo están las condiciones de nieve arriba; sin embargo, pisar nieve por primera vez en la temporada siempre es divertido y alegra. Y esa alegría es el motor que lo mueve todo, la chispa que lo inicia y hace olvidar cualquier otra preocupación; queremos vivir, y a ello vamos.  

Y es que la primera nevada del año siempre trae ilusiones; trae lusiones de un invierno frío y con mucha nieve e ilusiones de salidas al monte para seguir progresando; trae ilusiones de visitar sitios desconocidos en invierno y ver con tus propios ojos lo que sólo has podido ojear en libros o en las fotos de otros; trae ilusiones de libertad y de vivir lo que a uno le apetece vivir.

Serán los cambios, que motivan y nos alejan de la linealidad en que nos vemos sumergidos muchas veces; ahora el frío y la nieve es lo que toca vivir. La vida es un ciclo, así que hay que adaptarse y aprovecharlo, ya volverá el Verano.

24 de octubre de 2012

Tiempos muertos

Son esos días, esos tiempos muertos donde el cuerpo permanece quieto y orientado hacia la pantalla o recluido en un recinto con la promesa de unas migajas cada final de mes, cuando las cosas dejan de tener sentido, cuando incluso lo que te motiva deja de hacerlo y hacer las cosas pasa a ser una simple y anodina repetición.

Escalando en Guadarrama. Agujas de los Emburriaderos
Son esos días en los que todo se viene un poco para abajo y se hace algo más difícil sonreir, donde tengo que tirar de esas cosas que me hacen sentir vivo, de esas cosas que me aterrorizan y que me apasionan a la vez.

Son esos días donde pienso en cómo me gusta sentarme en el suelo, acercarme las manos a la cara y ver que huelen a lo mismo que la roca, que huelen al musgo que la recubre; me gusta sentir que, de alguna manera y por un tiempo, he pasado a ser parte del paisaje y he olvidado los edificios inteligentes y las impersonales oficinas donde nos hacinan durante gran parte de nuestra vida rodeados objetos que, sin nosotros, serían inútiles y que hacen más inerte todo lo que nos rodea.

Me gusta pasar del Sol a la sombra y de la sombra al Sol; de la soleada cara Sur a la fría y húmeda umbría de la Norte, sentir en mi piel y en mi rostro que la vida tiene dos caras, que de la parte más amable se puede pasar a la más severa y que también se puede volver de ésta última a la primera; me gusta saber que tanto en la sombra como en el Sol hay cosas fáciles y difíciles, que cada cosa tiene sus peligros e incertidumbres y que la una sin la otra no podrían existir. 

Cresteando por Gredos
Me gusta sentir el frío de la mañana en Invierno, el principio del buen tiempo en Primavera, el fresco en Otoño y el refugio de la sombra en Verano; me gusta sentir el calor de mi propio cuerpo según va entrando en calor y cómo en invierno el té caliente baja hacia el estómago reviviéndolo todo según se abre paso.

Me gusta llegar a casa hecho polvo y sentir que el cuerpo está ahí para ser utilizado; me gusta sentir que soy capaz de ser algo más que un simple eslabón en la cadena y liderar mi propio destino; me gusta tener alguien en quien confiar al lado y con quien compartir esos momentos y decisiones.

¿Vale la pena? Quizás sea una pregunta sin sentido; quizás, no. 

16 de octubre de 2012

Intemperie cotidiada.

Amanecer invernal en Gredos
Siempre me recomendaron que, cuando uno está perdido, es mejor no seguir andando hacia delante si no se sabe a ciencia cierta adónde se va; me recomendaron que hay que parar para poder ubicar el lugar dónde se está y, si se pudiera, intentar retroceder si el camino fuera fácilmente reconocible. Si no fuera así -o si fuera imposible volver atrás-,  se nos hace de noche y fuera imposible ubicarnos, es mejor bajar todo lo posible, parar y resguradarse si no se sabe hacia dónde ir.

Si se está lejos de cualquier sitio seguro, y después de bajar todo lo posible, quizás sólo se pueda esperar al nuevo día, mientras uno va preparándose para pasar una noche de esas que no se olvidan.

Y, así, parado, uno se plantea qué fue lo que te condujo a este lugar; dónde has girado o dónde no lo hiciste; cuándo debiste parar y no lo hiciste; cuándo debiste sacar el mapa, tranquilizarte y escoger el camino correcto. 

El "camino correcto" ¡Bonito eufemismo! ¡Curiosa manera de encasillar la manera de alcanzar las cosas! 
 
- ¿Quizás puede ser que sólo hay un camino correcto? 

- Puede, pero a mi no me gusta hacer colas.

 - ¿Qué pasa si te equivocas?

 - ¿Qué es equivocarse? 

- ¿Quizás lo sepamos alguna vez, no?

- Quizás no.

-¿Hoy es siempre todavía? 

-¿Se hace camino al andar?

Dame un beso, que es lo único que necesito hasta que amanezca. 
 
P.D: Todo es una excusa de algo; lo importate es saber de qué.

21 de agosto de 2012

¡Arriba!

¿Subo o no subo? Se está tan bien aquí abajo...
Siete de la mañana. Suena el despertador, abro los ojos y apago ese pitido que me ha sacado del poco sueño que he podido conciliar; me pasé un buen rato sentado en el jardín del hotel  pensando en cómo centrar la tesina y volví tarde a la habitación. La tele y una serie tampoco ayudaron a cerrar los ojos. 

Tenía pensado salir a correr siguiendo el GR-211, que sube Valle de Arán arriba desde Vielha, pero ahora no lo tengo tan claro. No sé, se está muy bien aquí, medio arropado y con los ojos cerrados. Creo que hoy no salgo.

Vuelve a sonar el despertador. ¿Ya han pasado 10 minutos? Venga, no jodas.

Pero esos diez minutos no han pasado tan rápido, y es que la cabeza no ha parado de dar vueltas a muchas cosas, quizás, incluso, a algunas que no debería. Pero, junto con esas, y a modo de contrapoder, también te recuerda otras muchas que te llevan a otros lugares, a otros tiempos, a otras estaciones del año; te lleva a sensaciones pasadas y a la añoranza futura de esas mismas sensaciones.

Y ya no hay vuelta atrás. Tiro las mantas, me levanto y cojo la ropa que dejé ayer al lado de la cama; me visto, me pongo las zapatillas y abro la puerta.  Una hora después, 3 pueblos, unas cuantas cuestas y mucho sudor de por medio, vuelvo a la puerta del hotel. 

¡Hoy sí que me he ganado el desayuno!

Y es que, siempre, inevitablemente, el primer paso se da mucho antes de comenzar a caminar; la primera zancada siempre se da mucho antes de la línea de salida. 

Porque, si se quieren conseguir cosas, no hay otra manera que dejar de estar parado y echar a andar. Y se puede empezar incluso tumbado en la cama y con los ojos cerrados. Quizás no hay mejor forma de invocar a los sueños.  

25 de julio de 2012

Actitud

Hay personas que son dignas de admirar; hay actitudes y maneras de afrontar las dificultades que merecen ser tomadas como una referencia; hay maneras de ver el mundo y recibir las embestidas de los problemas que no pueden merecer más que la admiración de aquellos que, a veces, nos ahogamos en un vaso de agua.
¡Esa es la actitud!
El miedo, la incerrtidumbre, los problemas, los golpes, todo, todo se arregla con la risa. Y es que todo es actitud. Pero de la positiva, que de la otra, mejor ni acordarse.

P.D: Susanita, va por ti.

21 de mayo de 2012

Mirar atrás (y seguir hacia adelante)

La M-607 se pasa bastante rápido cuando ya la has recorrido unas cuantas veces; primero el cartel que anuncia la Cuerda Larga cerca de Colmenar, que siempre me recuerda dónde voy cuando circulo por allí; luego, la majestuosa Pedriza y la alpina silueta de La Maliciosa, que nos empiezan a mostrar que estamos en otro terreno lejano a la ciudad.
La sombra se agradece; la compañía, mucho más.

Durante el camino, la música o la radio ayudan a espantar el sueño. Junto con éso, la conversación despeja la mente de las obligaciones de todos los días, ayuda a tener ese contacto con el otro sin tener ninguna prisa, calmando esa necesidad de hablar que uno siente de vez en cuando. 

Otras veces, el silencio durante el viaje -tan despreciado por algunos, pero tan necesario como lo conversación- te hace estar atento a lo que pasa alrededor, a observar algunos detalles que, de otro modo, pasarían inadvertidos. Y es que ese silencio te ayuda a tener la mente en blanco, a centrarte en ese momento.

Y pasa la carretera, el cielo azul augura un buen día de monte.

                       - ¿Paramos en Navacerrada a  comprar la comida?

                     - Sí, que me apetece pan de pueblo. A ver si encontramos una buena 
                       panadería

                    - Pues a ver si la encuentro, que por más que paso por aquí nunca me
                      aprendo el pueblo...

Cada curva del camino trae un recuerdo; algunos cercanos, otros, más lejanos, pero casi todos con un denominador común, hacer algo con alguien a quien aprecias por una u otra razón.

                 - ¿Te acuerdas cuándo compramos aquí? ¿Qué fue, el día que 
                   fuimos a Cabezas?

                - No, creo que fue el día que subimos a La Maliciosa desde La Barranca

                - Pues es verdad, ¡menuda aventura para encontrar el camino de subida! 
                  Y cuánto tiempo hace ya de éso...

Entrando el salón de "casa"
Las primeras cuestas arriba siempre son duras, pero son las que con más ilusión y ganas  se toman. Poco a poco los músculos se calientan,  y mientras el bosque te protege del Sol, la charla y las anécdotas hacen que el camino se haga más corto, que todo pase rápido y las cosas vayan apareciendo como una sorpresa ante nosotros.

Porque podemos haberlas visto muchas veces y podemos haberlas visitado otras tantas, pero siempre serán nuevas cuando nos ojos quieran verlo así.

Y es que, para mí, girar a la izquierda y descubrir una y otra vez la zona de La Laguna Grande en Peñalara será simpre como abrir la puerta del salón de mi casa,  de ese lugar donde esparcía los juguetes por el suelo y montaba mis ciudades, soñaba que construía cosas, hacía carreras de coches, ataques a barcos piratas y hacía volar aviones con cualquier rumbo. Un patio de juegos donde sentirse bien, donde sentir que estás en casa y donde volverías una y otra vez sin prácticamente cansarte, ese sitio mágico donde aprender a imaginar lo imposible.

                 - Oye, ¿subimos al Pico? Que siempre vengo aquí contigo y nunca hemos 
                    llegado arriba juntos, ¿Qué pensáis?

                - Sí, vamos arriba, pasamos por el Zabala y luego tiramos para el collado

Seguimos hacia arriba mientras la charla continúa porque, por duras que sean -o parezcan- las cuestas, cuando hay cosas que contar, siempre nos dan tregua para hablar de las ilusiones del presente, de los buenos recuerdos del pasado y de las decisiones que harán que construyamos un futuro.

Supongo que ésto le sucederá a todo el mundo y, aunque no sé si las decisiones que tenemos que tomar ahora parecen más trascendentales que las que tuvimos que tomar hace 10 años, lo que sí sé es que son diferentes y obligan a coger diferentes caminos, diferentes destinos y diferentes metas. No todo es compatible en esta vida, como siempre, hay que elegir.

                   - A ver si atajamos por aquí.

                  - Seguro que acabamos en la nieve...

                  ....

                  - Ves, hemos terminado en la nieve.

Pasa el camino, y, por fin, llega la cima.

Una vez allí, me pregunto ¿Qué representa esa cima? ¿Realmente es tan importante. o lo importante ha sido todo lo anterior -y lo que queda-? ¿Es sólo fruto de trabajo y esfuerzo? ¿Cómo influye la suerte -si realmente existe- en el hecho de estar ahí? ¿Eso era lo que quería conseguir? ¿Qué he aprendido? ¿Qué he dejado atrás?

No sé la respuesta a todas esas preguntas -opino que, a corto plazo, nunca es posible saberla-, pero no creo que ninguna cima me enseñe más que cualquier otro punto del camino y, mucho menos, del camino en su conjunto. Además, todavía queda volver abajo, todavía quedan cosas que aprender.

La cima es sólo un punto de camino, pero nunca del que más aprendes
El viento me da en la cara, me pongo el gore y empiezo a comer. Mirando a la llanura castellana pienso que no sé si realmente ha pasado tanto tiempo o si realmente he aprovechado como debía ese tiempo que no va a volver; pero lo que sí que sé es que me han sucedido son muchas cosas, he recorrido muchos "caminos", he subido algunas "montañas", he conocido muchas personas, creo que he aprendido algunas cosas -aunque nunca suficientes- y he recopilado bastantes historias que contar.

No me puedo quejar demasiado porque, aunque haya tenido sustos, cometido errores, me haya metido en algún marrón de dominguero o haya planeado cosas demasiado ambiciosas, casi todo ha valido la pena.

Y de lo que no ha valido la pena, también he aprendido. Porque, como dijo una vez un poeta:

 "Hoy es siempre todavía"  

(Proverbios y Cantares, Antonio Machado)

 Habrá que hacerle caso, ¿no?

P.D.:  puede que me cueste caro, pero me niego a crecer.

6 de mayo de 2012

Volver (Una y otra vez)

Solemos quejarnos porque las cosas siempre parecen pasar muy deprisa, tan deprisa que, generalmente, no nos damos cuenta de cómo se desarrollan  y sólo somos conscientes cuando ya han terminado; sin embargo, siempre hay momentos en los que el tiempo se para, en los que los sentidos se agudizan y las sensaciones se multiplican, en los que pasado y futuro desaparecen y sólo queda el presente.
Disfrutando de la nieve recién caída y del frío

Son esos momentos en los que nos centramos en nosotros mismos y olvidamos lo demás; son esos momentos en los que  cosas tan mundanas como coordinar la respiración y nuestros pasos hacen que el corazón lata al ritmo de nuestra marcha, ni más deprisa ni más despacio que lo que marquen nuestros deseos. 

Son esos momentos en los que la mente se para, olvida el día a día y se centra en lo que se está haciendo: en ese momento es cuando el presente es real, cuando ese presente se vive de verdad. Son esos momentos en los que uno parece controlarse a si mismo y ser dueño y consciente de sus propios pasos, de su propia dirección. 

Y, porque a veces es complicado conseguir por los propios medios ese triunfo sobre uno mismo, una mano amiga siempre se agradece. Ayudar a que un compañero sufra esa transformación, animándole y ayudándole a superar ese escalón, también es reconfortante, es dar lo que a uno le gustaría recibir; animos o consuelo, pero nada de quejas o excusas que no llevan a ninguna parte.
Escalando en Cavallers: ¿V-? ¡Anda ya! jajaja

Esos ánimos, ese compañerismo tan alejado de la competición, ese espíritu de cordada como lo llaman algunos, ese espíritu que Rébuffat explica perfectamente, esa transmisión de ánimos e impulsos que te da la cuerda y el compañero al otro extremo de ella es, quizás, y junto a la superación de uno mismo y a la búsqueda de un propio autoconocimiento -la busqueda de una propia realidad, ni más ni menos-, lo que nos incita a volver a muchos.

Porque, según lo veo yo, esa propia realidad es aquéllo que se debe comprender para solucionar los problemas. El trabajo, esforzarse, marcase metas, simplemente son otras variables inevitables en la ecuación.

Y es que para conseguir ciertos momentos - y  para compartirlos-  vale la pena esforzarse.  

12 de abril de 2012

El ritmo correcto... o no.

Comenzar nunca es fácil. Saber llevar el ritmo correcto es algo a lo que parece que no me acostumbro; o demasiado rápido o demasiado despacio, siempre termino cansado antes de tiempo.
Me gustaría pensar que, quizás, sean los demás los que nunca se acostumbran a mi ritmo, aunque me parece más probable que sea yo quien no me conozco tan bien como me gustaría. Muchas veces pienso que quizás me subestimo; otras –la mayoría-,  que me sobrestimo.
       - Joder qué frío que hace ¿Cómo nos repatimos las cosas?
- Una cuerda para cada uno. El resto ya lo llevamos en cada mochila.
Practicando por canales fáciles en Peñalara
A veces, sobre todo cuando te enfrentas al vacío y en los momentos delicados, surgen dudas. Cerrar los ojos y superarlas nos muestra que la vida es una actividad puramente psicológica; nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.
Somos nosotros los fabricamos nuestra propia imagen; somos nosotros los que tejemos nuestras profecías autocumplidas y formulamos excusas que jamás creeríamos en otro. No somos capaces de ver que los espejos sólo reflejan nuestros miedos. 
-          …te quedan unos 10 metros.
-          Joder, aquí no hay ni una mísera fisura y el fisurero de abajo no aguanta ni de coña. Tenía que haber ido más despacio.
Incluso los caminos más trillados pueden desaparecer
Seguir sendas marcadas siempre ha sido el camino más fácil; sin embargo, aunque salirse del camino y abrir huella parece más atractivo de primeras, son pocos los que lo hacen si no es por obligación.
Andar por  tus propios medios tiene sus peligros, pero deja siempre un buen sabor de boca. También suele dejar un buen dolor de piernas y, a veces, deparar algún susto; es el precio de la libertad.
Eso sí, no todos estamos dispuestos a pagarlo; la cobardía, como la valentía -si queremos llamarlo así-, también es un rasgo humano necesario. 
-     ¿Y por dónde coño es ahora?, este asco de nevada ha borrado hasta nuestra huella. Puto G.P.S., estos cacharros te dejan tirado cuando más los necesitas.
-         ¿Dónde estamos?, todos los árboles me parecen iguales.
-         Saca el mapa y la brújula. 
La Portilla del Crampón, primeros miedos y primeros sueños
Todo puede cambiar en un segundo; pasar de una posición estable a la caída libre puede ser cuestión de un abrir y cerrar de ojos. Entre medias, siempre fugaz, surge la sorpresa, la pregunta, la exclamación. 
¡Joder!
Las dudas pueden ser un detonante; una simple falta de atención otro factor muy importante; la sobreconfianza y el desprecio del riesgo son demasiado comúnes. El desconocimiento y la ignorancia de éste suelen ser la explicación más usual.
-       ¿Qué  haces subiendo por ahí en zapatillas? Tirad para abajo, que os váis a matar. Como os caigáis, y tal como está la nieve, no os para nadie. Y no sé si te habrás dado cuenta, pero hay 300 metros hasta la Hoya del Crampón.
-          A mi me da igual, puedo bajar corriendo, aquí no pasa nada…
-          Pues haz el favor de bajar corriendo lejos de mi.
Hacerse preguntas suele ser humano. Buscar los porqués de las cosas, su sentido, es inherente a nuestra naturaleza; nunca hacemos nada por ninguna razón, todo tiene su porqué.
-  ¿No te has preguntado nunca por qué haces ésto?
-  Sí, me libera de cualquier otro pensamiento; por mi cabeza sólo pasa dar el siguiente paso, no hay nada más importante en ese momento. El viento en la cara, el frío en el cuerpo, el cansancio, el tacto de la roca. No sé, me siento bien así.
Cerca del Collado de Coronas, no todo sale como se planea
Volver a casa es siempre reconfortante y nunca se aprecia más que cuando has pasado un tiempo prescindiendo de muchas cosas. Las pequeñas preocupaciones dejan de tener importancia y todo se valora más.
Es un paso adelante, un recordatorio de lo engañados que estamos. Porque,  al final, siempre queda volver, que eso es lo importante. Y tener cosas que contar, también.
-          Buenas, ya hemos vuelto.
-          Cuéntame
Algunos dicen que vivir es peligroso, y muchos se refugian en esa premisa para quedarse en casa. Yo sólo entiendo la vida como un regalo que hay que aprovechar; cada uno lo puede hacer a su manera, pero el objetivo es el mismo: mirar atrás y ver que hemos aprendido algo, que hemos avanzado.

Pero lo importante, más allá de cualquier otro juicio, es sentir que ha merecido la pena con una sonrisa en la boca.

"Mucho más que una disciplina para el cuerpo, el alpinismo es un lujo para el espíritu y un recurso para el alma"  Georges Sonnier

28 de marzo de 2012

Levanta la vista


Hay veces que te sientes caminando completamente solo. Da igual la cantidad de gente que tengas alrededor, caminas como transportando una pesada carga sobre tus hombros que hace que tu cabeza se incline y tenga que mirar al suelo en lugar de al camino que tienes delante. 

Terminando de subir Barrerones, a punto de ver el Circo de Gredos
Esa pesada carga sólo te deja pensar en ese momento sufrimiento y hastío, te impide pensar con claridad el camino a seguir y lo aprendido con el camino recorrido; no te deja imaginar las cosas que pueden esperarte un poco más adelante. 

Y es que, si en lugar de tener paciencia y de luchar, sólo atiendes a esa carga y a ese sentimiento de hastío que te produce, si te rindes antes de tiempo, si no levantas la cabeza, si no buscas el camino, puedes perderte absolutas maravillas, momentos intensos e inolvidables, personas que valen la pena, días para recordar y lugares a los que querrás volver una y otra vez.

Levanta la vista, por pesada que creas que es la carga, no te pierdas todo éso.

"Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo"   (Palabras para Julia, J.A. Goytisolo)